Por Susana Dillon
Siempre una sociedad sale a agredir a otra, primero inventa una mística que va a justificar a rajatablas la invasión y el sometimiento de la otra. Es más, se va a crear un mandato divino, una total omnipotencia en su accionar. Los crímenes que traerán aparejados la agresión y la invasión con sometimiento son ordenadas por Dios o por imperativo de la raza inspirada por Dios ¿que Dios?, es lo de menos, el primero que tenga a mano. Los romanos tuvieron los suyos, que fueron unos cuantos, los mahometanos a Alá, los judíos a Jehová y los cristianos a Jesús. En nombre de ellos se mataron de a millones.
La llegada a América de los hombres blancos se realizó desplegando pendones y estandartes de sus Majestades los Reyes Católicos. Se toma posesión de las tierras que de allí en más serían patrimonio de los reyes, en nombre de Dios, nuestro señor. Todo lo que se opusiese a este nuevo orden, sería destruido. Así rezaban los “requerimientos” que leían los españoles ante los invadidos (que por supuesto no sabían de que se trataba), no hablaban ni entendían el español. Así lo ejecutaban a sangre y fuego. Sin rastros de piedad cristiana.
“Los españoles se dedicaron con fruición, casi con alegría, a la extinsión masiva de los indios americanos, ya mediante la destrucción física, y borrando temáticamente los sostenes de sus diferencias culturales”.
Dice Graciela Peyrou en “Descubrimiento, muerte y violencia”: desde que el mundo es mundo y en lugares poblados por la agresiva raza blanca, se dictan leyes para contener esta proclividad racial, este impulso de matar que pareciera primordial y que incluye una placentera descarga sobre todo si previamente se concientiza al agresor estar cometiendo un acto de justicia, si es divina, mejor y después viene algo más fuerte, la ganancia económica. Tal el resultado que disminuye la posibilidad de la autocrítica. El atacado debe ser considerado como el aborrecido enemigo al que hay que eliminar, por ser de raza inferior, o de otra religión o por no tenerla.
Dadas estas condiciones se puede asesinar sin que les recrimine la conciencia, Dios lo quiere así. Se dijeron los conquistadores, los colonizadores, los imperialistas, los comunistas y los capitalistas. Se instaló en América, en Africa, en Asia poniendo por delante el servir a Dios, y a sus Majestades, a quienes no sirvieron sinceramente sino que se sirvieron de ellos.
Hubo quienes avizoraron el desastre y levantaron sus voces: Fray Bartolomé de las Casas, Fray Antonio de Córdoba, Domingo Soto, el padre Victoria, denunciaron abusos y se opusieron a las matanzas y a la esclavitud. Fueron voces valientes que predicaron en el desierto.
En el potente país del norte, los blancos y rubios acabaron con los sioux Pieles Rojas Cheyenes, Alconguinos y muchos más. Cuando ya no quedaron indios, esclavizaron africanos, entonces surgió el Ku-Klus-Klan para hacer limpieza étnica. Por estos lados no nos fue mejor, Roca imitó la teoría y las prácticas del Gral. Grant exterminando los Pampas, los Mapuches, Tobas, Matacos, Guaraníes, bajo el remington de Paunero.
En la campaña del desierto se exterminaron 60.000 aborígenes. Los negros desaparecieron, fueron carne de cañón en cuanta guerra instestina decretaron los civilizados blancos.
Ya en pleno siglo XX aparece y desaparece el fantasma rojo que se encarga de todas la lacras del planeta. Sepultado y desmembrado ese período hubo que buscar el demonio vietnamita y ya se vinieron insinuando otros enemigos raciales: los que tenían los arenales con lagos de petróleo y aquí el dueño del planeta buscó otra guerra santa, esta vez era la lucha del bien contra el mal, que por supuesto tenía olor a petróleo.
¿Con qué cielo se podrá gratificar a los sometidos luego de esta perra vida de servilismo y marginación?. ¿Qué templos habrá que levantar, a qué dioses habrá que adorar y sacrificar esclavos en esta aspiración al último cielo, ahora que ya ni se habla del tercer mundo porque somos una sola y planetaria bola conducida por un tipo que anda como cualquier chacarero que perdió la cosecha de soja, pidiendo crédito para la próxima siembra?. ¿Por qué cielo habrá que hacer promesas de abundantes dividendos ahora que la gran caja está en algunas blancas y cuidadas manos?
Susana Dillon
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