Había nacido en Pergamino, pocos antes que yo, hijo de
pioneros que hicieron fortuna con uno de aquellos boliches de campo de
principios del siglo XX, que trajeron , como Ambrosio Olmos , los molinos, los
alambrados, los malacates y las aguadas para los campos de "dos
pisos", como dicen en la pampa
bonaerense a sus mejores lotes de tierras fértiles.
Lo conocimos y supimos de su vida, los que nos apasionamos
por saber del destino de los pueblos originarios.
El padre lo quiso
médico, así, a su tiempo, le trajo el diploma diciéndole en medio de la fiesta
de graduación: aquí tenés el título, ahora voy a estudiar lo que a mí me gusta,
la arqueología y la antropología.
El chico, buen mozo y andariego, se fue a Norte América , a
la Universidad de Columbia y se zambulló en las cuadrículas de los yacimientos
de los tesoros de las razas extinguidas
por los que siempre asesinaron con el cuento de darnos civilización y
progreso… y se dio otro gusto: hizo la tesis en Egipto, patria
indiscutida de la aventura de desenterrar el pasado fabuloso.
Por aquí nomás, se recorrió el Intihuasi y sus alrededores,
se metió a escarbar hasta encontrar el Ayampitín en las Sierras Grandes y no
quedó huaca sin ser descubierta y estudiada.
Después desentrañó las culturas que se desmembraron de los Diaguitas y
se lanzó a los grandes centros arqueológicos de Incas, Mayas y Aztecas.
Desde el vamos anduvo desenterrando tiestos, huesos, vasijas
sagradas, huacas, ponchos, prendas, poblaciones y joyas de pasados esplendores,
tal como el Indiana Jones del mejor cine de aventuras, develando misterios y
afrontando peligros, pero sin el látigo de la justicia, ni mas armas que los pinceles y las cucharas.
Reconoció la obra de sus antecesores Adán Quiroga y Aníbal
Montes, al que le conquistó la hija, también arqueóloga, siendo su compañera de
vida y descubrimientos haciendo grande la familia de científicos.
Con sus alumnos y seguidores recorrió los caminos de la
América arcaica esa que fue quemada por herejes según la perfidia de los que
vinieron a llevarse el oro de la codicia y las violaciones, sino que además arrojaron al fuego los
códices mayas y aztecas con la historia, las ciencias y las artes del pasado
indiano.
Alberto Rex González ha dejado sus huellas de hombre de
ciencia recibiendo el reconocimiento de los claustros universitarios. Museos
diseñados por él mismo, en todos los lugares de descubrimientos. Quien los ha
visitado, ha seguido sus pisadas y ha
podido gozar de sus trabajos no solo de búsqueda y descubrimiento, también se
ha abocado a la reparación y lucimiento del objeto descubierto. Rescató aldeas
y palacios, objetos domésticos y de culto, para registrarlos en publicaciones,
y lanzarlos al mundo y a los centros superiores de repercusión mundial.
Su trayectoria académica es valorada en los ámbitos de las
antiguas culturas, pero pocos saben de su atracción por el arte vecino a la
arqueología. Enseñó donde fue, escarbó y encontró novedades dentro de lo
antiguo. Se pasó la vida develando misterios y encontrando tesoros de toda
índole no quedándose con ninguna pieza, por seductora que fuera. Todo lo
restituyó a los pueblos originarios. Devolvió los huesos de los últimos
caciques y sus familias que escaparon a la conquista del desierto, pero que
estuvieron en los anaqueles del Museo de La Plata, convertido en campo de
concentración donde allí murieron de tristeza y malos tratos. Pero todavía hay mas
infamia: muchos restos de Mapuches y Tehuelches fueron enviados al Tercer Reich
en épocas de Hitler, para ser exhibidos como "razas inferiores" en
los ámbitos científicos alemanes de esa época.
Y no puedo callar ese último despojo: Rex González lo denunció
en un libro que firmó con sus alumnos de toda la vida:"identificación y
restitución de los restos humanos en el Museo de La Plata- 2008" cuyo
prólogo firma y se me ocurre reproducirlo a modo de homenaje a su obra. Aquí
va.
PRÓLOGO
La ciencia cumple distintos objetivos. Su cometido esencial
es aclarar el conocimiento del mundo natural o social, a veces tocando ambos
aspectos simultáneamente.
La importante labor científica de la agrupación GUIAS ha
sido la de aplicar sus conocimientos a los restos esqueletales depositados en
la sección antropología biológica del Museo de La Plata determinando al mismo
tiempo la existencia de heridas de traumatismo que a menudo fueron la causa de
muerte.
Recuperando este aspecto del quehacer científico nos resta
la aclaración histórica de quiénes fueron los causantes de los mismos. Si
podernos determinar este último aspecto no es posible entonces eludir la referencia
a la sanción histórica de la mano asesina que cometió tal delito de lesa
'humanidad que no puede reconocer ninguna justificación.
El acto de poner en relieve e identificar a quienes lo
cometieron es así una obligación no sólo de carácter científico e histórico
sino ético así como un mérito a la inquietud de quienes realizan esta tarea
identificatoria.
También resulta de interés tratar de individualizar a
quienes fueron los autores de la inscripción de símbolos ideológicos que
justifican la muerte y el genocidio como las cruces esvásticas encontradas en
algunos de los recipientes que contenían los restos esqueléticos y cuya
presencia en esos sitios no tiene justificación ni explicación alguna como la
que no sea convalidar el genocidio tal como lo sostenían las doctrinas racistas
del Tercer Reich.
Es muy difícil que podamos establecer con exactitud la
identidad de quienes fueron los autores de esas inscripciones pero no deja de
ser claro que parecerían justificar las conclusiones criminales de los ejecutores
de las lesiones que presentan los restos estudiados por el grupo GUIAS y que
quizá en algún momento después de conocer su existencia concreta por este
estudio podamos llegar a la identificación de quienes ideológicamente
justificaban la aberración de los crímenes cometidos.
Es fundamental entonces que conozcamos la identidad de
quienes fueron los ejecutores de esa ignominia, cuyos nombres en algunos casos
quedaron sumergidos sólo en relatos burocráticos sin sanción alguna. Es
menester que la historia de nuestras disciplinas conozca los hechos reales para
que se aplique el juicio histórico merecido a sus protagonistas.
Alberto Rex González
"Bourdieu
califica de ejemplar la estrategia desplegada por H. Haacke para recuperar un
espacio para la palabra crítica:
Producir obras de
denuncia claras y provocadoras, que hacen reaccionar a la prensa y suscitan
esfuerzos de destrucción de la obra por parte de aquellos que no pueden
soportarla, haciendo así mucho ruido, y volviendo accesible el mensaje a los
que no pertenecen al campo"
Ana Teresa Martinez.
"Pierre
Bourdieu, Razones y lecciones de una práctica sociológica"
Notas relacionadas:
Sí, sabemos quien fue Roca (4º parte) - 27 DE NOVIEMBRE DE 2011
Sí, sabemos quien fue Roca (3º parte) - 22 DE NOVIEMBRE DE 2011
Si, sabemos quien fue Roca. (2º parte)
Si, sabemos quien fue Roca. - 5 DE NOVIEMBRE DE 2011