miércoles, 24 de agosto de 2011

Desde cuando y como se explota a las mujeres




Por Susana Dillon


El hecho de que las mujeres físicamente somos menos fuertes que el hombre, dio pié desde los albores de la humanidad, a ser tomada como una "cosa" del hombre, lo mismo que su caballo, sus muebles o sus tierras. El hombre de las cavernas fue representado como una especie de bestia que se hacía obedecer por medio del garrote o llevando a su compañera a la rastra, agarrado de su larga cabellera, rumbo a la cueva para gozar sexualmente de ella. El conservarla, era el problema, porque como las mujeres escaseaban, siempre había otro necesitado que se la apropiaba, también a los palos. Parece que este drama duró millones de años, hasta que al más progresista se le ocurrió inventar las leyes, que según los libros antiguos, Dios les entregó a los hombres. Tales leyes tampoco les gustaron a los progresistas, porque a menudo volvieron a las andadas. A los años de pelear, inventaron el confesionario, donde descargan sus culpas, así comienzan de nuevo y otra vez en la misma. Lo de abastecerse de mujeres, fuera de la ley, ha llegado hasta nuestros civilizados días. La historia de la prostitución es la historia de la humanidad. El hombre más fuerte o sea el más poderoso sigue con la ley prepotente, lo vemos a diario en la prensa o en la T.V. Ahora han puesto de moda, ya no el garrote, sino que las riegan con combustible y les tiran un fósforo.
La mujer sigue siendo menos fuerte que el hombre (en su musculatura) pero ha desarrollado otras potencias: es mas aguantadora, por eso aventaja a los hombres en vivir más, para colmo según estadísticas en casos de infidelidad, los hombres engañan mas, ahora, las mujeres, engañan mejor.
Además y por ser más tenaz y aguantadora, los hombres ignoran que la mujer ha elaborado, y perfeccionado la astucia, esa inteligencia disimulada en los detalles.
Con su refinada astucia inventó sistemas de seducción en defensa de sus intereses, inventó estratagemas y tácticas para amansar a la bestia y tenerla entretenida, el camuflaje se impuso: no hay nada más peligroso para los hombres machistas que una mujer con expresión de tonta, que los halague y pondere. Su vanidad es más poderosa aún que su fuerza bruta. Por eso las doñas tienen gran habilidad para disimular su inteligencia. La mujer inteligente, con los varones, tiene mala prensa, tiene que disimularla y poner cara de boba. Así Wanda Nara pescó su candidato.
Otra diferencia que es importante, tanto el hombre como la mujer tienen marcados instintos: en el hombre, el más fuerte es el instinto sexual, en la mujer es el instinto protector de sus hijos: quiere tenerlos aunque sea poniendo su vida en juego cuando madre, la vida de sus hijos está por encima de la suya.
Al hombre lo satisface todo aquello que excite su lívido, por eso sucumbe ante la idea o las imágenes que lo exciten, de allí que se exponga a perder muchas veces su mundo de los afectos, arriesga lo seguro por lo probable o lo que haya producido materialmente. Por seguir siendo el macho de la majada. Su ego es más fuerte que sus sentimientos, su instinto prevalece sobre su razón.
En todo esto tiene mucho que ver el uso y abuso de las imágenes, en especial la televisión, producto de la técnica para dirigirle la atención a hombres y mujeres para incentivar el consumo que con éxito y sin ninguna vergüenza a la mujer se la exhibe hasta degradarla. En espectáculos procaces y escandalosos como los que ha impuesto Tinelli, donde con el señuelo de ayuda a necesitados, enfermos y pobres de solemnidad ha inventado juegos, bailes y otras atracciones remojados en chismes escatológicos y espectáculos pornográficos que en el pasado solo se daban en prostíbulos, ahora los ve toda la familia, producidos por Tinelli que está haciendo el papel del gran cafisho. Promocionando una manera original de que la trata entre a los hogares.
Allí van padres a llevar a sus hijos menores a ver lo que hacen las mayorcitas con el caño y los bailes donde se perrea y se manosea a las chicas que se dejan babosear por el éxito, no importa a qué precio... Y los parientes aplauden y se sienten orgullosos de que sus hijas mansamente entren en el negocio de la "trata".
Y no me vengan que con que son espectáculos con fines benéficos, donde son exhibidos los instintos que degradan la moral y la decencia, junto a esas chicas bonitas, que tienen que poner cara de bobas calentonas para entrar a ponerles precio a las siliconas.

sábado, 6 de agosto de 2011

Eso que llaman "la trata".



Por Susana Dillon

El tema siempre tiene actualidad, porque siempre hubo y habrá víctimas, y si repasamos los periódicos y fuéramos prolijos y veraces, tendríamos las estadísticas que no nos brindan  las instituciones que se abocan a ese renglón que permanentemente ocultan las cifras verdaderas, ya sean las de carácter económico o de orden social. Con esta táctica se mira para el otro lado, a la hora de  poner soluciones a la trata de las mujeres rebajándolas a la mas oprobiosa esclavitud, la prostitución, ya sean adultas o menores; éstas mucho más terrible porque se realiza con secuestros de menores, seres indefensos a los que dejan huellas de los abusos de por vida.
En nuestro país, el primer censo nacional de población, reveló que en 1869, se contabilizaron 1.700.000 habitantes, con una población femenina del 50%. Para aquellos tiempos de constantes guerras intestinas, los hombres eran reclutados para servir en los ejércitos.
Desde 1853 a 1930, ante el problema de la escasa población en un país tan extenso, entran como inmigrantes 6.000.000, la mayoría varones.
Desde 1914 ya existía un plus de hombres que según los periódicos (la época), estaban condenados a" los vicios de la masturbación y la prostitución", relegados a ser solitarios sin esperanzas de encontrar pareja adecuada.
El único recurso para aquellos abandonados a su suerte, fue el prostíbulo: el permitido y el clandestino. La única solución que se encontró fue la de traer al país prostitutas europeas, continente empobrecido por las guerras y el hambre...
Se argumentó que tal medida se tomaba para que no se lanzaran aquellos hombres solos, como lobos sobre el gran rebaño de las mujeres de buena conducta, hijas de familias respetables. Así surgió un personaje siniestro y marginal: el cafisho o fiolo, compadrito que seducía a las incautas con el cuento del casamiento en aquel país lejano de Sud América, donde todo estaba por hacerse y hasta regalaban tierras a los que se avenían a poblar.
Planteadas así las cosas, el fiolo viajaba a Europa a los países que habían padecido lo más cruel de las guerras y caían con promesas brillantes  las incautas que se habían salvado del desastre a hacerles proposiciones fantásticas de bienestar y fortuna, si se casaban con ellos.
Las jóvenes mujeres que se creían la patraña, llegadas a Buenos Aires a los tugurios donde desaparecía el candidato para ser vendida a algún otro rufián que la explotaría o bien el recién casado la haría trabajar en forma callejera. Esta clase de sujetos formaban una extensa red de asociaciones dedicadas a la prostitución. Una de las más poderosas llegó a ser la Zwy-Midgall, que explotaba a las mujeres judías y muchas francesas. Allí se distribuían las recién compradas en remate, para iniciar una vida de esclavitud sin posibilidades de ser liberadas.
Los que las explotaban utilizaban toda clase de amenazas y castigos si se rebelaban o intentaban escapar. Ejercían una férrea disciplina, se preocupaban de anotarlas en el registro de sanidad para que no faltaran a su trabajo, las vestían y alimentaban, cuidando su salud, en caso de enfermedades venéreas. También les pagaban las multas a las que trabajaban en la calle, pero eran capaces de matarlas si las encontraban luego de la huida.
La ciudad de Rosario, en los años 30, fue llamada "el Rosario de Satanás", había 30.000 prostitutas y aquel negocio infame prosperaba. La mafia y la delincuencia se hacían notar en cada barrio, en cada población marginal. Los políticos y la clase alta hacían su agosto, también en la trata. La policía estaba también combinada para que todo siguiera como estaba. Tuvieron fama y fueron gran negocio los prostíbulos de San Luis, ya que en otras provincias se había prohibido aquella actividad, que tenía también su protección oficial.
El gobierno del Gral. Justo, una farsa de la democracia, se caracterizó por dar la sensación de perseguir los prostíbulos, pero no llegó a desterrarlos y mujer que se perdía, seguro que iría a parar al territorio puntano. La clase alta argumentaba que había que salvar a las decentes con la instalación de "casas de tolerancia". El "Marabú" fue reconocido lugar de levante donde concurrían jóvenes y estudiantes que allí tenían ocasión de bailar, comerse unos asados, pelear y gozar de compañía femenina.
A Rosario, ciudad que creció con los inmigrantes venidos solos y con el acicate de encontrar fortuna, le tocó ser escenario no solo de los abusos de la mafia, la gran mayoría dedicados a explotar mujeres, allí, precisamente se produjo un  gran revuelo cuando una pobre mujer judía , venida con engaños de Europa, tuvo el coraje de denunciar ante un juez probo, su amargo destino de prostituta.
La lucha le llevó no pocos sinsabores y disgustos, pero pudo librarse de ese destino gracias a un juez que llevó el asunto hasta las últimas consecuencias. En una sola noche encarceló a 400 tratantes. Se llamó Raquel Líberman y se la conoce como la primera mujer, que gracias a su coraje , pudo rehacer su vida.
En cambio, en estos días, anda el Juez Zaffaroni metido en un escándalo por tener vastas propiedades donde se ejerce la prostitución. Se supone que sin su consentimiento, la empresa inmobiliaria que los administra es la que los ha arrendado, y ojalá que así sea, de lo contrario habríamos retrocedido más de medio siglo en esto de dar seguridad y decoro a la mujeres que han sido presa fácil de la explotación de eso que se llama "trata".

martes, 2 de agosto de 2011

Nena, si estás depre, comprate trapos.

Por Susana Dillon

Parece que la consigna hubiese sido: si no querés que las mujeres te estorben, mantenelas ocupadas.
La clase obrera se entretiene, quieras o no, trabajando, a destajo, sin aliento, sin tregua... no ser que vele por vos el zar de los camioneros.
Los marginales, para comer, para sobrevivir, para sacar adelante a sus hijos, para apenas cubrirse, para apenas enterarse, deben abandonar sus ilusiones de ser honrados... está probado, fijate como se las arreglan en las villas.
Los que sacan la cabeza por entre la multitud de desposeídos acceden a otras preocupaciones: el aparentar, el ascender en la escala social, frecuentar amistades, lucir, consumir. Este es el momento en que la mujer comienza por consultar vidrieras, revistas y modistas.
Va a entrar en el mundo de la moda, en el estar a tono con las circunstancias, mientras más morrudo se ponga su monedero, mas quebraderos de cabeza tendrá con su ascenso social, ella, su marido y su prole.
Entonces entrará en el cambiante, colorido y rutilante mundo del "qué dirán", que la llevará, irremediablemente a la competencia, esa vorágine de cada vez tener más, porque se siente siempre desnuda y encandilada ante los que lucen un escalón mas alto, ostentando y envidiando ante la espiral a que finalmente aparecen estrellas indiscutidas del cine, de la pasarela y del jet-set o reinas a secas.
La moda, seguida a rajatablas, noche y día, años tras años, de por vida y de aquí a la eternidad, será la meta transitada no sólo para atrapar al varón, sino para deslumbrar a sus congéneres.
Ser la mejor vestida, la más elegante, ya que no la más bella ni la más joven. He aquí el antídoto para los males ocultos, infidelidades matrimoniales y depresiones varias.
Si te va mal, si estás con malas ondas, te peleaste con tu suegra o te sentís un ser miserable, seguro que salís del pozo comprándote trapos. He aquí la panacea, el filtro mágico, la píldora infalible: reventar "los morlacos del otario", en esa pavadita de Cristián Dior que vimos de ocasión.
Hace poco tiempo los jóvenes inventaron la moda rotosa, se vino insinuando de a poco en los populares jeans, se les hizo un tratamiento para envejecerlos y desgastarlos, los usaron con camisas como para espantapájaros, rodillas raídas e hilachas por doquier y sombreros de pordioseros. ¿Quién inventó este horror?, dijeron las madres elegantes, al último grito de la moda. Fue cosa de los chicos que los grandes modistos sofisticaron,  pero, ¿por qué?
Pues porque sus mayores adoptaron la moda suntuosa y resplandeciente de dorados y plateados, de joyas rumbosas y tocados exclusivos. En una palabra: cuando más sofisticados y ostentosos eran los trajes de vestir de la generación anterior, los chicos a modo de sublevación usaron la moda rotosa. Verlos, era pensar en linyeras bajo el puente y hacerse cruces llorando "por ese castigo de hijos que tengo".
Por otra parte hay otro inconveniente: la comunicación.
Los jóvenes inventan otro lenguaje que les es propio, sus códigos, sus costumbres, que nadie sabe quién se los enseña.
Ese es un lugar vedado para los veteranos que no pueden adoptarlos sin caer en el más estrepitoso ridículo.
Resulta igual a cuando las mamás de cuarenta adoptan la mini de una chica de quince.
Los chicos gozan del espectáculo de jovatos en jeans gastado, y de nonos en moto. No hay piedad, ni respeto para los que se meten en terreno vedado. Son casos excepcionales los de gente mayor admitidos en su rueda.
La brecha generacional se traduce en la moda y en los desplantes de un lenguaje que solo ellos entienden.
Por eso, que a nadie de nosotros se nos ocurra, que por amor a la juventud, los veteranos se tiren los pocos pelos que les quedan desde la nuca a la frente y desde el este para el oeste, intentando disimular la bocha pelada, ni que las dulces damas otoñales andemos mostrando muslos con minifaldas donde se evidencian rollos indiscretos y cordones de várices.
Ya lo cantó el tango con su sabiduría orillera y mistonga: "fiera venganza la del tiempo", ante lo que debemos ponernos filósofos, aunque sea a regañadientes. No nos queda otro camino que el de optar por el humor.  No hay nada peor que los vejetes malhumorados y quejosos, ni doñas amargas haciéndose las chiruzas.