martes, 2 de agosto de 2011

Nena, si estás depre, comprate trapos.

Por Susana Dillon

Parece que la consigna hubiese sido: si no querés que las mujeres te estorben, mantenelas ocupadas.
La clase obrera se entretiene, quieras o no, trabajando, a destajo, sin aliento, sin tregua... no ser que vele por vos el zar de los camioneros.
Los marginales, para comer, para sobrevivir, para sacar adelante a sus hijos, para apenas cubrirse, para apenas enterarse, deben abandonar sus ilusiones de ser honrados... está probado, fijate como se las arreglan en las villas.
Los que sacan la cabeza por entre la multitud de desposeídos acceden a otras preocupaciones: el aparentar, el ascender en la escala social, frecuentar amistades, lucir, consumir. Este es el momento en que la mujer comienza por consultar vidrieras, revistas y modistas.
Va a entrar en el mundo de la moda, en el estar a tono con las circunstancias, mientras más morrudo se ponga su monedero, mas quebraderos de cabeza tendrá con su ascenso social, ella, su marido y su prole.
Entonces entrará en el cambiante, colorido y rutilante mundo del "qué dirán", que la llevará, irremediablemente a la competencia, esa vorágine de cada vez tener más, porque se siente siempre desnuda y encandilada ante los que lucen un escalón mas alto, ostentando y envidiando ante la espiral a que finalmente aparecen estrellas indiscutidas del cine, de la pasarela y del jet-set o reinas a secas.
La moda, seguida a rajatablas, noche y día, años tras años, de por vida y de aquí a la eternidad, será la meta transitada no sólo para atrapar al varón, sino para deslumbrar a sus congéneres.
Ser la mejor vestida, la más elegante, ya que no la más bella ni la más joven. He aquí el antídoto para los males ocultos, infidelidades matrimoniales y depresiones varias.
Si te va mal, si estás con malas ondas, te peleaste con tu suegra o te sentís un ser miserable, seguro que salís del pozo comprándote trapos. He aquí la panacea, el filtro mágico, la píldora infalible: reventar "los morlacos del otario", en esa pavadita de Cristián Dior que vimos de ocasión.
Hace poco tiempo los jóvenes inventaron la moda rotosa, se vino insinuando de a poco en los populares jeans, se les hizo un tratamiento para envejecerlos y desgastarlos, los usaron con camisas como para espantapájaros, rodillas raídas e hilachas por doquier y sombreros de pordioseros. ¿Quién inventó este horror?, dijeron las madres elegantes, al último grito de la moda. Fue cosa de los chicos que los grandes modistos sofisticaron,  pero, ¿por qué?
Pues porque sus mayores adoptaron la moda suntuosa y resplandeciente de dorados y plateados, de joyas rumbosas y tocados exclusivos. En una palabra: cuando más sofisticados y ostentosos eran los trajes de vestir de la generación anterior, los chicos a modo de sublevación usaron la moda rotosa. Verlos, era pensar en linyeras bajo el puente y hacerse cruces llorando "por ese castigo de hijos que tengo".
Por otra parte hay otro inconveniente: la comunicación.
Los jóvenes inventan otro lenguaje que les es propio, sus códigos, sus costumbres, que nadie sabe quién se los enseña.
Ese es un lugar vedado para los veteranos que no pueden adoptarlos sin caer en el más estrepitoso ridículo.
Resulta igual a cuando las mamás de cuarenta adoptan la mini de una chica de quince.
Los chicos gozan del espectáculo de jovatos en jeans gastado, y de nonos en moto. No hay piedad, ni respeto para los que se meten en terreno vedado. Son casos excepcionales los de gente mayor admitidos en su rueda.
La brecha generacional se traduce en la moda y en los desplantes de un lenguaje que solo ellos entienden.
Por eso, que a nadie de nosotros se nos ocurra, que por amor a la juventud, los veteranos se tiren los pocos pelos que les quedan desde la nuca a la frente y desde el este para el oeste, intentando disimular la bocha pelada, ni que las dulces damas otoñales andemos mostrando muslos con minifaldas donde se evidencian rollos indiscretos y cordones de várices.
Ya lo cantó el tango con su sabiduría orillera y mistonga: "fiera venganza la del tiempo", ante lo que debemos ponernos filósofos, aunque sea a regañadientes. No nos queda otro camino que el de optar por el humor.  No hay nada peor que los vejetes malhumorados y quejosos, ni doñas amargas haciéndose las chiruzas.

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