Por Susana Dillon
La sabiduría popular nos da una cátedra rotunda:
“Quien diría,
dijo un viejo con tristeza,
yo me rompo la cabeza,
para tener la alegría,
de descubrir algún día
por qué misteriosas leyes,
la sota mata a los reyes
y en cualquiera ocasión,
mucho más tira un pezón
que veinte yuntas de bueyes”
O más concreta, aquí va otra:
“Tiran más una par de tetas
que una yunta de carretas”
El creador estuvo muy inspirado, cuando sobre las costillas nos creó las tetas.
Las tetas son un misterio de seducción y señuelo para vender cualquier cosa. Nada se compra ni se vende sin ellas y unas abundantes nalgas.
Cuando de niña, te las veías en el baño, antes de la ducha, ahí te dabas un pellizquito en el botón a ver qué pasaba y el botoncito se ponía colorado y duro, como respuesta a la agresión. A eso se le llamó pudor.
El pudor te venía por querer destapar la olla del conocimiento, si la seguías, sentías algo así como agujitas que te pinchaban la imaginación, que sé yo, empezabas a experimentar cosas contradictorias. Pero no, paraba ahí nomás, te acordabas lo que decía el cura de la doctrina que amonestaba sobre aquello de que no había que tocarse el cuerpo, porque como el diablo anda suelto y es tentador, te puede incitar a pecar contra la carne. Después venía lo de repetir hasta el cansancio los diez mandamientos en que había dos que se relacionaban directamente con el más asqueroso de los pecados y dale otra vez con la carne. El diablo era siempre el que tentaba, yo no entendía por qué la carne era tan complicada si mi papá era un fanático de los asados y de la carne a la cacerola. De modo que no le encontraba razones a estas prohibiciones.
De no fornicar ni desear la mujer de tu prójimo ya no me hice más complicaciones, porque eso les correspondía a los varones. El cura ahora nos advertía que no había que hacer porquerías con el otro sexo, lo cual me indignaba, porque a mí, que no tenía hermanos me gustaba jugar con los varones a las bolitas y a las figuritas, además todos decían que los chicos a esa edad eran brutos y zafados. Tal afirmación no entraba en mi cabeza ya que yo los tenía por seres felices que podían jugar, revolcarse y putearse tanto en el partido de pelota como a las bolitas, pero seguían jugando y buscándose, con la ropa a la miseria, sudados y contentos. Los pibes, según mis apreciaciones eran más amigueros y sinceros que las chicas trenceras y chismosas.
Nosotras teníamos que cuidarnos las pilchas, sujetar el vocabulario y ser obedientes a las órdenes que se nos daban de todas partes y sin chistar.
La vida escolar no me deparó muchas satisfacciones ni tampoco mayores informaciones sobre la diferencia de los sexos y sus complicaciones.
Maestros y padres jamás mentaron este asunto, eran cosas procaces de las que supuestamente no había que hablar. Te la cortaban con aquel: ya lo sabrás a su tiempo.
Yo seguía interesada en los juegos de los chicos de mi edad y me las arreglaba para desafiarlos a las bolitas, incentivándoles el vandalismo al mostrarles mis colecciones, herencia de un primo que murió de difteria. Mis bolitas de vidrios de colores rutilantes y mis bolones de rulemanes eran motivo de gran seducción para los rapaces. Hice unas amistades insólitas y duraderas con estos juegos clandestinos. De saberlos mi tía y mi vieja hubiera sido una calamidad.
Ya en el colegio de monjas adonde me mandaron para el secundario, se me acabaron esos inocentes deslices. Me siguieron creciendo los pechitos y como a todo el mundo también me aparecieron matorrales de vellos. Las que tenían hermanos me pusieron al tanto que a los chicos se les llenó el cuerpo de peores y rebeldes pelos y para peor se les cambió la voz, además seguían cada vez más pendencieros, zafados y brutos.
De educación sexual nadie se atrevió a hablarnos, ni siquiera de los malestares menstruales.
En anatomía nos hicieron estudiar el cuerpo humano sin el menor asomo de sexo. Los atlas donde se ubicaron nuestros órganos, músculos y huesos no tenían los dichosos órganos de la reproducción; los habían capado nomás.
En mi familia que eran eruditos en historia, geografía y ciencias sociales, nadie abrió boca y salí con el diploma bajo el brazo solamente con el susurrado y escatológico repertorio de cuentos verdes del rubro de sexo.
Mis tetitas siguieron creciendo, seguía flaca y lacia, mucha melena y tetas desproporcionadas. En una de ésas mis tías jóvenes me llevaron a conocer Buenos Aires y a comprarme ropa interior. Cuando salí, mi silueta había mejorado notablemente. Me llevaron a confiterías, cine, ver vidrieras y teatro. En una de esas en plena Santa Fe, de una esquina saltó un negrazón llevando el paso como si lo corriera la policía; se me plantó adelante, me cazó una teta y apretando enloquecido me murmuró al oído: ¡tetona mía!, y salió disparado como un poseído, mis dos tías, en edad de merecer, primero se quedaron heladas y después estallaron en risa incontenible. Ante mi enojo me tuvieron que dar las explicaciones que ni padres ni maestras me habían dado.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes de mi azarosa vida, ahora me encuentro en una etapa del acontecer donde solo se habla y se practica sexo, no en la intimidad que se supone debía consumarse un acto que no se considera decente hacerlo en una platea. No se vende una pilcha, ni una ilusión súper sport, ni una asquerosa bebida cola sin que haya un trasero formidable de aquí para allá y su correspondiente pechuga con una turra baboseándose en un orgasmo. Todo debe ser sexo. Hay sexo en la tevé mañana, tarde y noche. La protección del menor no existe. La provocación y la exhibición son fenómenos concomitantes con la violación y la violencia. Ya no bastan las drogas, la prostitución femenina, ahora también la de los niños. Tota esta descarada introducción de sexo en la vida doméstica a cualquier hora se corresponde con la violencia desatada como nunca nos está diciendo a gritos que esta decadencia moral sumada a la mafia nos está advirtiendo que podemos caer en lo más terrible que es la indiferencia y la tácita aceptación de este desmadre.
Está haciendo falta más educación sexual en serio, sin tapujos, decentemente, está haciendo falta responsabilidad en nuestros conductores, más entretenidos en cuidar su quintita, aprovechar este descalabro y seguirse enriqueciendo mientras el país parece estar volando con piloto automático, sin saber donde aterrizar.
Estamos entretenidos en comentarios para estúpidos con chismes de alcoba y bailes desvergonzados, exhibicionistas del sexo rebajado al morbo.
El pecho femenino, explotado por el consumismo como artículo de promoción, que se cambia por siliconas con riesgo de la salud y a veces de la existencia, es la pieza del organismo femenino, sagrado para muchas culturas, el símbolo de lo que la mujer tiene más precioso; la fuente de vida, el amor más generoso y duradero y de eso no se habla.
Susana Dillon
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