sábado, 3 de marzo de 2012

LA CORRUPCION Y LOS TRENES DE LA MUERTE



Por Susana Dillon

Desde tiempos lejanos los años bisiestos fueron tomados como de mala suerte y este año ya empezó siniestro.
El haber dispuesto, años atrás el funcionamiento de la red ferroviaria de la Capital y el Gran Buenos Aires, en manos de aventureros que ofrecen un servicio peor que el que se les brinda a los vacunos cuando se los manda al matadero, dio frutos amargos.
Los tenemos a la vista: 51 muertos y más de 700 heridos, producto de la más descarada corrupción, y ninguna responsabilidad. Pero los funcionarios responsables, ausentes a la hora del salvataje, ahora ya balbucean ante el periodismo que hubo una “falla humana”. No esperábamos otro razonamiento de semejantes individuos.
Si esta vez la justicia mira para el lado torcido, se sumará otro estímulo al estallido social tan temido, porque hace rato que se viene tensando la cuerda de la tolerancia. Y si no, por qué se dictó la ley antiterrorista, que no nos sirve para nada, si todavía se siguen coartando los derechos humanos tan zarandeados, pero ahora negados.
Por qué no aplicar la persecuta a la droga, a los violadores, a la mafia prostibularia, a la trata de personas, a las trescientas pistas de aterrizaje clandestinas en el norte, la proliferación de la corrupción en donde uno pose la mirada, desde lo más miserable hasta los altos estrados de la justicia, donde el juez Norberto Oyarbide lleva la batuta: magistrado que no tiene inconvenientes en dejar en libertad a los más grandes delincuentes sin que se le caiga la cara de vergüenza.
Ya no hay que buscar a los delincuentes en las villas de emergencia, ahora hay que buscarlos en los ministerios, en los representantes de la plutocracia, donde magnates y funcionarios son insaciables.
La educación sigue siendo la cenicienta de la cultura, ya lo estamos viviendo en cada principio de año en que no se han reparado las escuelas, los maestros y maestras siguen con sus sueldos de miseria, los niños sin bancos porque conviene más a los eternos funcionarios de la decadencia que haya cada vez más ignorantes, para mejor mantenerlos con limosnas, así votan lo que se les ordena desde la dádiva y no del trabajo digno.
Pero los legisladores se quedaron con las dietas aumentadas en un ciento por ciento con pasmosa frescura. Con este gesto uno se explica por qué los políticos dan asco, y por qué la Gendarmería está haciendo listas con los nombres de los no sumisos, librepensadores, aquellos que todavía creen en la dignidad de ser ciudadanos honrados y éticos.
Pero lo ocurrido en Once la semana pasada ofrece un panorama de la realidad descarnado que nos ha tocado presenciar desde el televisor. La prensa nos hace abrir bien los ojos acerca del estado en que se encuentran los trabajadores y empleados que no tienen más remedio que asistir a sus trabajos en un medio tan decadente como los que se ven en las películas que se desarrollan en las lejanas India o África, en siglos pasados, donde el valor de la vida de un ser humano era igual a cero.
Y nada de lo que ha querido explicar la ministra Nilda Garré nos ha convencido, porque las razones dadas son tan inconsistentes que no puede borrar el efecto que producen las listas de los posibles nuevos subversivos. Sobre todo cuando así los hacen aparecer a quienes no quieren beber en el futuro, o que beban sus descendientes, las bondades del cianuro empleado en las minas a cielo abierto, mientras dilapidan millones de litros de agua potable que se les quitará a animales y plantas de las provincias con riquezas minerales, que por supuesto serán explotadas, pero no en nuestro beneficio.
Lo que se advierte a través de los silencios sospechosos con que se responde a los clamores de un pueblo donde pobres y obreros se juegan la vida es que cada viajero de esos trenes del infierno deben ser abordados para asistir a trabajos de los que no sabe si vuelve. Pero hay que tener presente que tanto los responsables directos, como los funcionarios que deben velar por los trabajadores que se trasladan indefensos en trenes de más de media centuria de uso, sin reparaciones, sin el menor atisbo de confort, tengan que tragar ahora el remanido y burlón argumento de la “falla humana”.
Ya se está advirtiendo que con mentiras piadosas no se calman las ciegas muchedumbres tantas veces burladas, que se la toman con los bienes del pueblo en un arranque de furia, como ocurrió en Once. Temperamento que se explica pero no se aprueba, porque allí también se queman los esfuerzos de la clase trabajadora.
Cuando las muchedumbres son sometidas a tan fuertes presiones, estallan de indignación, no se frenan con la amenaza de las bien conocidas listas de datos donde seguramente no figuran los ñoquis, ni los delincuentes de blancos guantes, ni los que de la noche a la mañana aparecen con departamentos que cuestan millones en Puerto Madero, ni los traficantes de influencias o de estupefacientes, ni los políticos con yates, autos de alta gama suntuosos y exclusivos. Esos no viajan en trenes atestados que hace décadas no se reparan ni mejoran. Las vacas que mandadn al matadero viajan con mayor confort y espacio.
Que los que ahora hacen silencio bajen de sus nubes rosadas y prueben por primera vez en sus vidas viajar como viaja Juan Pueblo.
Esto de querer instalar el “pensamiento único”, aborrecer a los que no pensamos igual, eternizarse en el poder como el inefable Menem para seguir entregando el país, va directamente a las dictaduras de balcón o, si la quieren más clara, al fascismo. Y de eso ya tuvimos experiencia, no tanto por caer en años bisiestos, sino por caer en manos de los Cirigliano, esos que ahora han descubierto la "falla humana", de paso esconden a la patronal.

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