domingo, 5 de septiembre de 2010

La cita era en la villa



Por Susana Dillon

La suerte de arrieros y carreteros… "seguir y seguir la huella sin nada que lo entretenga."
A no ser la aparición de la indiada, los bandidos y la gente alzada.
Aquellos eran tiempos de largos y peligrosos caminos aún no trazados.
De Chile a Mendoza, de Mendoza a Río Cuarto, de Río Cuarto al Pergamino, del  Pergamino a Buenos Aires... cada tanto se podían encontrar con otros que venían en sentido contrario: se hacía un alto en el lugar y se cambiaban noticias de los peligros o de las novedades que se presentaban en donde tener un resuello, hacer una reunión, comer algún asado, o aprovisionarse para tener más aliento en seguir el camino.
Cada viaje no era una rutina, era una aventura, un tutearse con la muerte o con la suerte, según fuese con quien se cruzara.
Las tropas de carretas siempre eran numerosas, cientos de ellas componían el convoy, llevando gente armada para protegerlas de las contingencias.
El horizonte era un permanente e inquieto interrogante, las sombras de la noche, la proximidad de los indios, de los bandidos, de la gente alzada contra el gobierno de turno...
Al llegar a las poblaciones era común que los troperos, no bien se acomodaban para el descanso, bajo algún árbol frondoso, mientras algunos preparaban las leñas para el asado de rigor, alguien hacía sonar la guitarra para invitar a los lugareños a participar de alguna reunión con baile y canciones. Las paisanas se acercaban a las ruedas en busca de compañía y novedades.
El paradero de las tropas de carretas era bien conocido: bajo el aguaribay que se está muriendo frente al ahora Colegio Nacional.
Para entonces el árbol magnífico extendía sus retorcidas ramas para cobijar a los carreteros y sus pasajeros.
Entonces era un barrio de gente humilde, donde las jóvenes, al sentir el sonido de las guitarras, se ponían una flor en las trenzas y se paseaban como quien va a hacer mandados por entre los recién llegados. Curioseaban lo que traían, ya fueran dulces, nueces, orejones o ropa tejida por las indias o lo que venía de Chile en platería.
Los troperos, con mucho tiempo de abstinencia femenina, a menudo atentaban contra los recatos de las mozas... a lo que respondían los muy mañosos con la consabidas expresiones: y, la carne es débil... o la ocasión te hace ladrón…  o metió el diablo la cola... o mejor que se la coman los humanos antes que los gusanos..."
Primero eran frases floridas, después los manotones. A los requiebros seguían las lisonjas, el convite, las promesas, algún regalito, rasguidos de guitarra, bailes intencionados, recalentamiento, idas al oscurito, osadías y claudicaciones.
A todo esto lo disfrutaban algunos, pero los jueces pedáneos estaban para arruinar la fiesta con su severidad de contener tanta algarabía debajo del aguaribay, tanto alocado desenfreno...
Por el año 1817, un juez pedáneo quiso ponerle freno a tanto desbarajuste redactando un bando que decía: " enterado de los desórdenes que se cometen en las tropas de carretas y arrias mando que no salgan solas las mujeres solteras, y que, pasada la oración, no se encuentre mujer alguna en las dichas tropas, bajo la pena de ser depositadas y puestas donde las sujeten y celen las operaciones.  Se prohíben los bailes escandalosos y cantinas desordenadas que comúnmente se hacen, en las juntas de gente soez, bajo pena de cincuenta azotes."  No he tenido otras novedades de los resultados de tamaña forma de conseguir mejor moral, ni buenas costumbres, ni cuantos azotes recibieron los bailarines. Esa parte de la primitiva Río Cuarto fue nuestra antigua zona roja donde hasta pasó alguna vez el tranvía que osó transitar ese barrio, llevando y trayendo parroquianos y "mariposas de la noche". El servicio estaba condicionado a las borracheras que cargaban el conductor y el guarda.
Cuando ahora nos quejamos del tránsito endemoniado de nuestra orgullosa urbe, recordemos de dónde venimos... Lo que se hereda no se hurta, estimados vecinos.

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