jueves, 1 de julio de 2010

¿Por qué se escribe?


Por Susana Dillon

A Heminway le preguntaron qué había que tener para ser escritor.
El respondió: "agallas"



Es muy común la pregunta, hasta a veces, obvia.
Se escribe para que , en este mundo de atorados y distraídos alguien te oiga, te lea, aunque ya andan diciendo que no hay más lectores que los de carteleras de la bolsa. Trato de escribir para los que muy arrinconados e ignorados que existen. Escribo para la esperanza y para la victoria, no para los que descargan sus frustraciones en el papel y les dicen a los otros: métanle, protesten, que yo los sigo, animémonos y vayan.- Las crueldades inútiles ya casi no me interesan, sigo adelante porque me siento viva, rebelde y con razones. Y por otra parte existe una razón fundamental: porque se me da la gana, en este continente que pareciera estar maldito, donde los dioses, los antiguos y los que nos trajeron los blancos pareciera que nos tienen de escupidera.
Echamos a los españoles y llegaron los ingleses, se fueron los ingleses y llegaron los yanquis, invitados por nuestros gobernantes a hacer cierto lo de las relaciones carnales.  Nunca nuestros pueblos supieron siquiera un solo día de la verdadera y completa libertad, sólo cuando bajo las balas gestaban revoluciones.
Son libres los que arrojan manojos de panfletos,  mariposas reclamando empleos, pan, trabajo, los que todavía defienden ideas que no son otra cosa que bombas impolutas, versátiles, evanescentes, con la concretitud de las broncas acumuladas.
Como ellos, yo confío en que el camarada viento las deposite justito allí donde el que los recoge ya se lo tenía pensado, pero no lo había trasladado al terreno de las palabras, ahí donde el tipo tiene acumulada su bronca, en la trastienda del inconsciente.
Y me sueño que siempre habrá terrazas para escapar, pasadizos secretos, ventanas abiertas a la fuga , pasillos que te llevan a la salvación. ¡Dios tenga en su santa gloria al arquitecto ocurrente que te salva la vida cuando la yuta te persigue para ensañarse con los que cometen el pecado de pensar! 
Una puede estar preñada de ideas y ya nada le importa de hacer cosas que la relacionen con la guita. Una se sienta a macerar y a relatar cien cuentos de una sola sentada. Le mete por los cortos, después vienen los largos, los super breves, los clásicos, los con final abierto. Algunos tienen la agresividad de las navajas, otros salen redondos como cantos del río. Me pongo a amasijar personajes que van desde los delirantes revolucionarios, a los gauchos perdidos en la historia, a las heroicas mujeres que silenciaron, no sea que el ejemplo cunda, y también les llega el momento para que se asomen las putas encantadoras, los iluminados y los que quedaron al costado del camino sin que nadie los nombre ni se acuerden que abonaron la tierra con su sangre.

Me gusta escribir sobre enamorados que no tienen catre ni sábanas y cuentos de colibríes buscadores de madreselvas. Cierro los ojos, me remoloneo muy temprano, para disfrutarlo mejor, sueño despierta, como todo el mundo que todavía puede darse esos lujos, pienso locuras y me salen párrafos enteros de la suavidad misteriosa del jade, pero con colmillos de yarará y pétalos de camelias. Me siento como suspendida de las nubes al atardecer, cuando la naturaleza se queda boquiabierta para contemplarse a sí misma, hasta huelo el aroma del copal y mi locura hace que me prenda de la mano del gran machupichesco, el rey indiscutido de las metáforas, el gran delirante de los 20 poemas...
Hay veces que me quedo igualito que si tuviera en mis manos una corona de plumas de quetzales se las pusiera en la cola a un burro.
Algunas veces, cuando escribo algo que vale la pena, algo que verdaderamente llega, siento que alguien me dicta en el oído, alguien de otro mundo y quien sin embargo tiene el derecho de opinar sobre éste. Se me va sola la mano, se me acelera en forma que no la controlo. Cuando a la madrugada alguien me despierta guiándome hacia la mesa de escritura y apoderándose de mi mano me escribe aquella frase que no encontraba, la palabra justa que no me salía, el tema que se me andaba escapando y que entonces estalla, ya quemé una máquina electrónica en esos avatares, creo que la tipa se suicidó por las exigencias a las que la sometí. Fue aquella que me quisieron embargar cuando me desacaté, y me sublevé provocando un lío mayúsculo.
Mi intención es escribir una prosa bien sabrosa y rotunda, firme, con olor a pan casero, a mujer con delantal y escoba, con chicos tironeando de ella. Una prosa que hable de maestras que sin tiza, sin pizarrón y sin cuadernos siguen enseñando con el amor de su ejemplo. Quiero escribir sobre obreros echados a la calle, de gente que se rebela y alza sus puños, de jubilados cargando carteles donde rugen su indignación, silbándoles las tripas, de niños que se doblan por el trabajo  de los grandes y que todavía se creen con el derecho de prostituir. Quiero escribir de la VIDA.
Pienso y hago, soy de la idea que hay que salir a carajear y a arengar.
Tal vez alguien me lea y me oiga para comenzar a mover los pies.
Pero por encima de todas las luchas, hay una, que a veces me reprochan por recurrente: la permanente, la nunca soslayada lucha del DESOLVIDO PARA QUE TODO LO ESCRITO TENGA SENTIDO.

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