miércoles, 18 de marzo de 2009

Los síntomas de las crisis y los chanchitos degollados

Por SUSANA DILLON


Cada vez que en este país, donde el Creador derrama sus dones, entra en uno de esos períodos donde el mundo se nos viene abajo para aplastarnos sin misericordia, hay signos premonitorios o si la quieren más práctica y fácil, hay quienes la ven venir. Y como nos ocurre en forma cíclica, sería más prudente, que quienes vamos a recibir el regalito, estemos alerta.

Pero hay una contra, nosotros los paisanos de este país, como no estudiamos historia, caemos siempre en la misma trampa, o como se dice por ahí muy eufemísticamente: tropezamos con la misma piedra.

Hace años, cuando era chica ( porque alguna vez fui una inocente) las crisis nos atacaban de vez en cuando o amagaban con golpes de estado, ya estaba el fenómeno social y económico sentado en la puerta de calle y pasaban cosas terribles: la breve prosperidad se iba al diablo y nos cantaban la época de ajustarse el cinturón o pasar el invierno, resignándonos a vivir a los saltos para llegar a fin de mes.

Se perdía el empleo, había que vender el auto, cambiarse a casa más chica, yugarla más horas de trabajo y abandonar la ilusión de las vacaciones en otro lugar. Hubo quien perdió todo y quien se pegó un tiro. Pero hubo avivados que se las ingeniaron para tener el dato de irse a tiempo, igualito que Humberto Jesús con sus ochenta millones de verdes, a darles consejos a los mafiosos que lo recibieron en la bella Italia junto al Capo Berlusconi.

Pero estos años de mi vida desde el 50 en adelante, las crisis llegaron más tupidas que en tiempos pasados. Quiere decir que a los que les va bien, repiten la dosis. Siempre en río revuelto se benefician los pescadores.

En 1889, el Dr. Miguel Juárez Celman fue puesto a dedo en la presidencia por el Gral. Roca, además de hacer millonarios a sus ocho hermanos y a los demás de la banda. Luego de un breve período de tirar manteca al techo, comenzaron a brotar los bancos como hongos, dando crédito a los amigos, generándose la consiguiente crisis con corrida bancaria, los que “estaban en la cosa” se llevaron sus propios caudales y ayudaron a otros, se pisaron los depósitos y a los ahorristas los mandaron “a contárselo a tu abuela”.

Quebraron los bancos, se vino abajo la Bolsa, llegó la revolución de 1890, pero nos vino a salvar el fundador del Jockey Club don Carlos Pellegrini, que en forma clarividente logró que el pueblo pusiera “la guita” ( o la sangre) para recuperar al Estado Argentino de la ignominia que era perder el crédito ante el Imperio Británico, que siempre fue tan generoso con nosotros.

Con semejante desastre se suponía que íbamos a quedar quemados, pero el bueno de don Carlos, tuvo la idea salvadora: a las cosas feas y hediondas no hay que exhibirlas en la Historia Oficial (esa que nos enseñaron a los inocentes) de allí que se implantó “ a lo barrido, tirarlo bajo la alfombra” como el resultado de la Conquista del desierto, la guerra contra el Paraguay, el tratado Roca-Runciman, las matanzas de los peones rurales en la Patagonia, los crímenes de La Forestal...

Ningún manual tuvo algo que decir de estos hechos vergonzosos, pero quedó la espina. -¿Qué beneficio trajeron los seis golpes de Estado y los fragotes y asonadas que menudearon en el siglo XX? – Siempre quedamos peor que antes y siempre el pueblo puso los muertos. Por eso estamos como estamos.

Pero ahora los pibes que recién largaron el chupete te dicen cosas para reflexionar.

Hace unos días, en Buenos Aires, un párvulo de mi amistad se arrima a contarme sus cuitas. Me muestra el chanchito de barro donde guardaba sus monedillas, para educarse en el ahorro, señalándome: -“Mira Susa, me degollaron el chanchito con mis ahorros. Mi viejo me dijo que era para cambiárselo al quiosquero por billetes. Por cada 100 pesos en monedas, le dan 120 en billetes”.

-¿Y a vos que te da ?- le respondí como una yarará al ataque.

-“ A mí me da cinco, pero me pidió prestado los 100- susurró el párvulo.

-¿Así que ahora sos prestamista?- Ya lo voy a conversar con tu padre.

El chico sorprendido, me respondió: - “Si lo ves, decile que se los presté no que se los di ”- Como estábamos en una reunión de amigos me fue fácil encontrarlo al pie de una cerveza.

- Mira Luis, ya que estamos, me vas a sacar de un apuro. Prestame 100 pesos por un rato, a ver si llego al fondo de mi problema, le dije y tendí mi mano. Luis algo sofocado aflojó los 100 pesos, pero no pudo con su genio inquisidor: - ¿Vieja, andás en apuros?

- No, el de los apuros debes ser vos que andás degollando chanchos de los inocentes con el tema de la falta de monedas. Uds. los porteños son un portento con la economía de mercado. A los desequilibrios del presupuesto se lo hacen pagar a los más indefensos.

Salí como una tromba para el quiosco, le compré un chanchito de plástico al pibe, lo llevé ante el padre y le di los 100 pesos que me prestó el progenitor: - Ahora poné esos cien en la ranura. Así se arregló lo del préstamo. El chico zamarreó su nuevo chanchito, pero no hacía ruido. ¡Que lástima! No tenía el ruido de las rumorosas moneditas de su primer e inocente ahorro. Para no descorazonarlo, no le dije nada del responso que le di al padre, gran economista.

La cosa era dejar salvada la ilusión de los inocentes ahorros infantiles... y la figura paterna.

Después lo vi, pasando el chancho por los asistentes a la reunión: la mejor cosecha la hizo con los abuelos. El chanchito ya comenzaba a sonar.

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