domingo, 9 de enero de 2011

Los besos y el sexo


Por Susana Dillon


Desde que se habló de sexo, se anduvo a los tirones con el tema de que si los besos eran los provocadores de otras reacciones en cadena, si eran un mero pasatiempo para arribar a otros terrenos o si constituían una vía de escape para las emociones. Se han derramado tanques de tinta para vapulear esta costumbre en que los humanos andamos estirando la trompa.
Hay besos inocentes, de madres a hijos, de padres a niños, de compañeritos de jardín, de nietos a abuelos. Esos nada tienen que ver con el sexo, son inocuos.
Por otra parte, el beso constituye una ceremonia de afecto o de respeto o de reverencia y si se quiere de sumisión ante el poder de los más fuertes, pero con esos no se han escrito novelas ni se han filmado culebrones.
Antes, en épocas románticas, los besos se robaban, así lo atestiguan poemas y canciones. Ahora más vale, prefieren robar artículos más sólidos, sobre todo si se actúa en política o en economía. Por aquellos latrocinios hasta se declararon guerras, como la de Troya. Primero París le robó un beso a Elena y después se la llevó entera. De allí que se vino a escribir la historia de Grecia, para tortura de los chicos del secundario. En esa época se instaló el "camouflage" como recurso bélico fabricando un caballo lleno de gente adentro que fue el antecedente de lo que luego hicieron los conquistadores (pero con caballos afuera), y luego se nos metió la CIA por tierras de Latinoamérica, con caballería blindada. Versión moderna del caballo de Troya.
Hay besos de reverencia que se depositan respetuosamente en la mano, son el colmo de la ceremonia. Pero algunos, como el Homero de "Los Locos Adams", empiezan en la mano y la siguen tomándose hasta el codo, susurrando seducciones en francés con cara de fauno y miradas siniestras.
Ahora bien, el beso de amor se deposita en la boca, como quien se quiere masticar un asado. Se lo introduce en  del contricante allí, jugueteando, o donde le den cabida.
Hay un beso, unidad de "balor para boner la blata en los baíses árabes, de eso hay que breguntar al bresidente cuando se va de gira bor esos orientes".
Cada país tiene sus respetables costumbres con respecto a este acto: en México, los aztecas ni por broma se besan entre varones. Sólo de varón a mujer y metiendo en la boca contraria hasta el bigote. En París se besan varones y varones, féminas y féminas, o todos revueltos, según la circunstancia. En caso de recibir la condecoración de la Legión de Honor o si se llega a primer ministro, hay que recibir una andanada, pero bien sonoros. Hay que recordar que los franchutes inventaron el beso chupado y también el bidet.
En Italia es totalmente vulgar el beso entre varones así haya mujeres disponibles por los alrededores y sean tan apetecibles como otrora lo fueron Gina o Sophia. Los mafiosos se han dado suculentos besos mientras se ejecutaban mutuamente con ametralladoras.
En la Unión Soviética, los grandes líderes políticos se saludaban con besos en la boca, generalmente con una brutal baranda a ajos y vodka, lo cual explica por qué se hizo kaput el comunismo.
El beso, preludio del acto amoroso, entre los esquimales no se da con la boca sino con la nariz. Los muchachos se vuelven locos a los nariguetazos (sin polvos nocivos, se entiende) con las laponas, que son muy vergonzosas, pero terminan aflojando. Para hacer más cálidas aquellas noches polares, se pintan de rojo la punta de la ñata.
Los bosquimanos la complican, se besan con las orejas. La llegada de la TV a las selvas los ha aculturizado, ahora se prenden como choncacos lo mismo que en las telenovelas.
En Guatemala, él le ruega a ella, "un jetazo". De allí que los vecinos hayan acuñado la frase, "salió de Guatemala y se metió en Guatepeor".
Darse besos en público es algo así como una fanfarronada, gusto por exhibirse en el momento en que se la está pasando bomba ante una multitud de gesto avinagrado por las circunstancias del diario vivir: levantar documentos, recibir a la suegra o someterse a la política neoliberal.
He visto a fogosos amantes sepultarse por una repleta ensaladera en un coqueto restaurante, he auxiliado a parejas pegoteadas de arena en las playas empalmeradas del trópico, he presenciado en un camping a un montón de envidiosos aplaudiendo a la pareja que ejecutaba "en una pequeña carpa, un gran amor", cuando sólo estaba en los primeros escarceos del encuentro.
Pero la variante del beso que más preocupa al elemento femenino son los besos rabiosos, apasionados, olorosos y atléticos que se dan los futbolistas cuando al final de una jugada con gambetas, pases de novela y sorteando adversarios geniales convierten el gol milagroso.
Aquellos besos en racimo, en montón, entre sudores y lágrimas, arrodillados y a los tirones que se dan nuestros dioses domingueros... ¡Qué quieren, me parecen un despilfarro de energías y un pecado mortal!

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