domingo, 12 de octubre de 2008

12 de octubre de 1492. – Cartas para España

Por Susana Dillon

“Las cartas de Colón, primera obra de realismo mágico escritas en América”

Gabriel Garcia Marquez

No bien llegados a lo que creyeron ser “Las Indias”, Colón y los pocos letrados que venían en la tripulación se inspiraron para escribir crónicas y cartas a la península para demostrar la maravilla del descubrimiento, como eran aquellas islas paradisíacas, sus habitantes, su flora, su fauna y sobre todo las penurias que iban pasando en la afanosa búsqueda de oro; principio y fin de la desesperada ambición de ser ricos y famosos en un solo golpe de suerte.

A medida que se desarrollaban los descubrimientos, iban creciendo alocadamente las descripciones de los visto y aprovechado. Colón, en sus cartas a la reina Isabel así describió lo visto: -“Van todos desnudos, como su madre los parió, cubren su natura las mujeres con una tela de algodón que se las cubre nada más y tal se mece al capricho del viento…” y luego venía el pormenor de colores de piel y belleza de aquellas féminas que no tenían pizca de vergüenza en exhibir sus dones.
De entre líneas se advierte que los fogosos hispanos tras muchos días de abstinencia y navegación, al ver a las nativas, desearon fuertes vientos para admirar y poquito más de aquello que los alborotaba.


Entre tantos relatos bélicos se asoma alguna croniquilla que salpimienta la vida social y putañera de aquellos brutos venidos a caballeros a traer, según lo dicho por el Almirante, las buenas costumbres de la civilización, emprenderla con los catecismos y a sacar de la idolatría a estos descarriados pobladores de lo que llamó “su llegada al Paraíso terrenal”
Porque no todo fue luchar contra la naturaleza y los fieros caribes, escapar a los flechazos, soportar hambrunas, sobrevivir a las pestes del trópico y aguantarse penurias sin cuento, sino que también hubo harto tiempo para solazarse, lo más tupido posible con las naturales, que eran naturalmente seductoras.
Los hispanos venían de siglos de represión sexual, allá en su tierra, con mujeres a las que habían aterrado con tanta bruja quemada en las hogueras de la Inquisición, nada más que por bañarse en los ríos deleitosamente, acusadas de adorar al agua o de estar en pactos con el demonio por no gustarles tener “el olor a santidad” que era el provocado por falta de baños. Las mujeres españolas de esos tiempos, beatas y rezadoras, tocados por castos mantos o púdicas mantillas que solo dejaban ver sus rostros ascéticos con rosarios entre las manos y cubiertas hasta los pies, no eran precisamente una tentación para la carne. Los moros las habían tenido sometidas durante siete siglos en serrallos y castillos para que fueran fieles a Mahoma y a sus señores. De hecho estaban atrapadas por las leyes de Dios y de los hombres; de los genitales, nada que mostrar y nada que gozar. El matrimonio era para concebir hijos pero ¡guay! Nada de orgasmos.
Era de esperar pues que los hombres, con semejante compañía femenina no quisieran hacer otra cosa que armar barcos y lanzarse a conquistar fuera lo que fuere.
Michele Cúneo, que vino con la gente de Colón en su segundo viaje, escribió una carta fechada el 28 de octubre de 1495 en que entre otras cosas contaba “…y había otros caníbales que fueron enviados a España como esclavos y como quedé sólo en el ratel, apresé a una caníbal bellísima y el Sr. Almirante me la regaló. Yo la tenía en mi camarote y como era su costumbre estaba desnuda, me vinieron deseos de solazarme con ella, cuando quise poner en ejecución mi deseo, ella se opuso y me atacó en tal forma con las uñas que no hubiera querido haber empezado, pero así las cosas para contaros todo de una vez, tomé una soga y la azoté tan bien que lanzó gritos tan inauditos que no podía creerlo, finalmente nos pusimos en tal forma de acuerdo que baste con deciros que realmente parecía amaestrada en una escuela de rameras”.
Como puede verse los caníbales fueron muertos y esclavizados y sus mujeres seducidas por métodos poco románticos, lo cual echa por tierra lo del romance tan mentado del conquistador con la nativa.
La lectura de miles de cartas de estas épocas nos dan un panorama poco alentador sobre los tiempos del descubrimiento y de los muy violentos de la conquista, pero pocos se han enterado de las misivas. El haberlas leído a tiempo nos hubiera puesto en la pista de la verdad histórica para no seguir en la necedad de cambiarles el oro por las cuentas de colores.
Susana Dillon

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