viernes, 11 de julio de 2008

PALABRAS QUE MARCARON ÉPOCA I

Por Susana Dillon

El Kontubernio।
El diccionario o mataburros no es un libro que nos enseña a hablar, más bien es un montón de palabras bien acomodadas de acuerdo al abecedario, que cuando no sabemos cómo se escriben, recurrimos a él para no pasar por asnos, dándole a cada una su valor, así dentro del texto no se patean mutuamente.
Hay gente que escribe difícil para jorobar a los lectores que tienen que consultarlo a cada renglón. Los hubo famosos en el siglo de Oro, donde a los sufridos estudiantes de Literatura nos hicieron estudiar a Góngora que torturó a tanto joven indefenso con páginas de oscuro significado. Otro fue Quevedo que menos mal matizó sus parrafadas con algún que otro verso atrevido pero de tinte filosófico; le gustaron a Borges y no les digo nada de nuestro amigo Filloy que se mandaba unos arcaísmos que nos hacían temblar. Demorabas años en terminar de leer uno de sus libros, tal era el ir y venir de las bibliotecas que tenías que consultar y luego digerir.
Pero no todos fueron literatos los que nos rompieron el balero, hubo un político de fuste que se afanó (por afán ¿no?) en declamar sus arengas insondables en lo más reñido de sus campañas electorales. Hasta dicen que inventaba palabras cuando no le venían bien las ya creadas para darle “ese no se qué” que debe tener un buen discurso o una excelente prosa. Fue Don Hipólito Irigoyen a quien sus irreverentes contemporáneos le llamaron “El Peludo”, por no practicar el autobombo.
Dicen que cuando pergeñaba una andanada para su auditorio, elegía cuidadosamente la palabra que quería imponer. Una de sus favoritas en épocas de su lucha contra el fraude, las componendas y la corrupción que hizo peregrinar a todo el mundo a consultar el libro gordo fue contubernio.
Para demostrar a sus opositores recalcitrantes, los que habían impuesto a bala y cuchillo el “Usted ya votó”, para que el votante se fuera silbando bajito a casa… y “andá, votale a tu abuela”, de paso le gatillaba el bufoso y la gente se escondía en los ranchos. Siempre ganaba el caballo del comisario.
Don Hipólito en la tribuna, bramaba contra la oligarquía que había impuesto el “contubernio”, el contubernio de los que se pasaban de contras a amigos acomodados, de los que saltaban de una ideología a otra, de los coimeros y de los traidores, como fue su pollo Marcelo T. de Alvear. A todos esos les cabía el término repudiable que los incendiaba sin misericordia.
Andar en el contubernio y que lo pesquen, era para perder la honra y el crédito. Don Hipólito se buscó la palabreja que era de los tiempos del Imperio Romano, Dixit Mariano Grondona- El Sabiondo- contubernium: concubinato o cohabitación ilegítima. Pero en tiempos de Julio César guerrero, se les decía a los que dormían en una carpa común, se suponía que eran soldados que dormían “en la lona”.
En tiempos del romanticismo, cuando la gente iba al campo de excursión, a las parejas cama afuera se les decía que andaban en tratos o compañerismo de los que ocupan la misma tienda.
Séneca más bien quiso decir convivencia y hasta conciliación llegando a coparticipación y acuerdo… y ya que estamos, nos corremos otro poquito para llegar a la mayor aproximación, con la salvedad de cohabitación ilícita y ya dimos la vuelta al mundo; para no quedarnos en la palmera como sonsos: alianza o liga vituperable.
Desde comienzos del siglo XX, el misterioso, sobrio, y escurridizo “Peludo” venía machacando a su auditorio denunciando los contubernios políticos de las fuerzas conservadoras.
Se desprende del énfasis del orador que prodigaba a sus archienemigos, que en ese caso la palabra en cuestión, tenía acento de VITUPERIO, o sea lo peor de lo peor en alianzas ilícitas y vergonzantes, siempre amparadas en frases rimbombantes y de gran efecto entre cándidos e inocentes como “acuerdos patrióticos, entre ciudadanos conspicuos”.
Por eso cuando nos quieren venir a embrollarnos el cerebro los “que varias veces acudieron presurosos a salvar a la Patria” o porque se autoelogian con la sanata de “estar al servicio de los sagrados intereses del país”, nos acordamos que Don Hipólito los tenía bien calados y les aplicaba airadamente el consabido ¡CONTUBERNIO!.
Pero resulta una lástima no recordar lo que ya pasó en tiempos tan lejanos rescatando la tremenda palabreja a todos los que cambian de vereda, de ideología o de partido.
¿Quién tiene estómago para seguir a un líder que cambia por conveniencia sus valores morales, su ética, o sus simpatías?
Debe ser por eso que les admiro a los hombres, esa única lealtad que no abandonan ni en la hora de la muerte: la del equipo de sus amores en la cancha dominguera.
A Don Hipólito, “los eternos defensores de la Patria” le hicieron el primer golpe militar del siglo XX, lo encarcelaron, las hordas entraron en su humilde domicilio y lo destruyeron buscando pruebas que lo incriminaran.
Todavía no practicaban aquello que se hizo costumbre: plantar pruebas. Lo tuvieron que liberar. Se probó que era honesto. Nos dejó ese buen recuerdo. Nos dejó ese ejemplo y la palabra que lo estigmatizó a los traidores, corruptos y siempre ganadores. Ahora habría que escribirla con K.

SUSANA DILLON.

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