martes, 14 de julio de 2009

Ale, desaparecido en plena democracia


Por Susana Dillon

Si hay algún crimen que no debe quedar impune es el de Alejandro Flores, por las características de cómo fue encubierto para vergüenza de los que nos sentimos democráticos y sobre todo, de los que hemos estado interesados en el caso, en seguir los acontecimientos, especialmente si ese delito pasa a sentar precedentes cuando el acto criminal cuesta vidas indefensas. Sí, nos compromete porque no podemos quedar en la sola contemplación del caso o en el sólo acompañar a los deudos en su dolor.

No es suficiente para todo ciudadano, que ante su vista y paciencia quede que el crimen perfecto existe y que lo perpetraron los miembros de las instituciones en que debieran descubrirlo y condenarlo.

A 17 años de la desaparición de Ale y por la constancia y el tesón de sus padres, aquel niño que recién iniciaba sus juegos, fue muerto, tal vez involuntariamente, pero primó en sus victimarios la cobardía, la falta de decisión, la ausencia absoluta de ética y de moral que demostraron tanto los agentes como los superiores y demás autoridades que por esquivar responsabilidades, encubrieron. La Justicia ordinaria de Río Cuarto y su policía sumaron otro baldón, a los que se fueron amontonando casos de apremios ilegales, pero de otra índole. No puede el pensamiento ciudadano desprenderse de esa sensación de indefensión que todos tenemos cuando llega el tema de Alejandro Flores a la memoria colectiva. Es donde la tolerancia y la comprensión tocan fondo: un niño pequeño, de un hogar humilde, no interesó ni hubo buena disposición en la pesquisa. Pero veníamos de años de impunidad cimentada en la dictadura que se asentó cómo un buitre carroñero en nuestras vidas, dándole poca o nada de importancia, prefiriendo la salida mentirosa y el testimonio de dos mujeres a las que se recurrió con el niño en agonía

¿Qué importancia tuvieron las lágrimas de esa madre con los brazos vacíos?

¿Qué pensaron los guardianes del orden cuando escondieron al niño en lugar de sincerarse y blanquear el hecho, al menos para que los padres desesperados no caminaran leguas en búsqueda del chico en lugar de dar pistas falsas del que ya no existía? ¿No se pusieron en lugar de sus padres en el sufrimiento de buscarlo durante 17 años condenándolos a la permanente incertidumbre, una nueva tortura inventada por los siniestros cerebros de los dictadores y que les vino bien aplicar por estos simpatizantes de los métodos de tortura?

La incertidumbre es una espina que se clava en el cerebro del que busca sin éxito lo que se ama, el no saber si vive, si está sufriendo, si come, si tiene frío, si nos llama...

La incertidumbre, tortura a la que todavía no se le ha puesto la pena, ni tiene tratamiento psiquiátrico.

Son años tratando con la pesadilla, siempre repetida, siempre presente, sin una luz al final del túnel.

Por dura que sea la condena que les den a los delincuentes que perpetraron la muerte del niño, es nada comparado con el tormento sufrido por los padres al buscarlo infructuosamente, en largos y penosos viajes, sin medios y sin descanso. Tampoco no habrá reparo monetario que cubra la ausencia. La tortura moral de tener un desaparecido no puede mensurarse. No hay reparación que valga. Siempre sentiremos esa voz querida que nos llama, oiremos su llanto, pensaremos co mo se encuentra y si ya habrá dejado de sufrir.... El pensamiento no se aparta del monotema. ¿Dónde estás?¿Por qué te tuvo que tocar a vos? ¿Qué te hicieron? ¿Por qué seguir extendiendo las manos en la permanente búsqueda?.

Los que dispusieron esto ¿Tendrán la conciencia amable y no les reprocha este crimen?

Ahora es el momento de exigir Justicia, que a quien le toque no se le escape la instancia tremenda de la condena que ya purgaron los padres de Ale buscando a su niño. Ya que no se recuperan los muertos, que se haga justicia con los vivos.

Debemos demandar el que haya leyes que vuelvan a educar, para la democratización de las fuerzas policiales, para que sus miembros se sientan servidores del Estado y que desde el Estado no se pretenda ser juez ni verdugo, porque su profesión los remite a ser protectores y guardianes de la ley, un doble trabajo para los que hay que educar.

Poco se ha hecho desde el Congreso en este sentido.

La policía que está golpeando a los jóvenes y los hacina en sucios calabozos, como el conocido caso de Miguel Leone, no es garantía de orden y protección. Pero no estamos en situación de denostarlos, sino de educarlos y eso se logra demandando, marchando, protestando, militando, así les damos trabajo a los legisladores que luego de tantas ausencias y opíparos sueldos, les caiga la ficha y hagan lo suyo.

Al señor juez que le toque bajar el martillo en este caso, que le devuelva a la ciudadanía su fe en la Justicia.


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