No bien aparecido el nuevo siglo y ya recogiendo datos del siglo anterior nos dimos cuenta que nuestra educación naufragaba en agitados mares de la política recién horneada.
Ya no venían los chicos como antes: obedientes, silenciosos, respetuosos a quienes sus padres los gobernaban con sólo mirarlos y las madres encontraron felizmente argumentos para que no los zurraran con el cinto cuando el párvulo era encontrado en el campito con los amigos púberes en la primera experiencia con el faso.
Las chicas eran un dechado de virtudes domésticas: modositas, colaboradoras, tragalibros y ¡MARAVILLA !, llegaban al matrimonio a su debido tiempo con el himen intacto para honor de la familia. Ahí estaba lo más importante de la dote aunque le hubiera incendiado la cuna a su hermanito recién nacido. En tanto el muchacho se buscaba empleo y estudiaba derecho para ser, chapa de por medio, un buen defensor de las economías familiares y si fuera posible, un discreto legislador. Los de su clase debían ir a la escuela y hacer buena letra.
En esos felices entonces, la maestra era intocable y el director prócer.
Hoy los chicos (ellas y ellos) ni laburantes ni traga libros: la queja general es que de arriba de asnos, patean las canillas de la seño porque le mandó a la madre una nota donde le reclamaba mayor aplicación y mejor conducta.
Para tal demostración se vino también la madre, tratándola a empujones manifestando como si fuera un piquete con calificativos irreproducibles. Para que la historia ésta sea creíble no hay más que colarse en una reunión de personal donde los sufridos mal pagados docentes piden normas para enfrentar situaciones imprevisibles, de ésas que no tienen advertencias para tales problemas ni en los más nutridos tratados de conductas humanas.
Todos los que se aventuran en estos avatares, todavía sólo han llegado a la conclusión nefasta: la educación está en quiebra.
Los chicos de la última camada del primario, tienen problemas no sólo en la escuela: vienen de la casa, en que padres y madres no están ni a la hora del almuerzo, viéndolos sólo unos minutos al día. Comen en la escuela y pegados al televisor el resto del día. Luego vienen en éxodo hacia la calle, esa otra maestra de la delincuencia que les ofrece el paco, el fernet-cola, los celulares con porno, las fumatas clandestinas, el aprender a ser piolas y al no dejarse seducir por los libros que representan una parte del futuro no deseado, no sea cosa que se les pegue algo moral y honesto. La influencia de los padres entonces es nula.
A todo esto, los progenitores no encuentran a los chicos raros. Están tan ocupados que no ven otra cosa que no sean obligaciones, trabajo y consumismo. Por eso aflojan la billetera, porque en el fondo se sienten culpables de las horas que les restan para formarlos, tratarlos y amarlos.
Ahora son los chicos los que miran a sus padres con gesto adusto, y los padres, temerosos, abren la billetera para alcoholizarlos o para drogarlos, y no hay diálogo ni enmienda.
Quienes miramos azorados este espectáculo, sabemos, por los años vividos que esta verdadera reacción en cadena, viene de los años en que al más puro estilo menemista se instaló aquello de "la educación no da réditos" y que la ley Federal no ha servido más que para degradarla, hay que recordar que desde entonces se burlaron los nombramientos por capacidad y méritos, instalándose los nombramientos "a dedo", se archivó el Estatuto de la Docencia Primaria , se metió la política en las escuelas, los gremialistas se anotaron para legislar y apoyaron a la patronal... y no voy a hacer un alegato por la forma en que se les paga a los docentes. ¿No resulta sospechoso esto de que se le obligue al docente tener una Caja de Ahorros que puede manejarse desde el Estado como ocurrió cuando el corralito?. Con el tiempo y experiencia una se pone mal pensada.
... Pero a pesar de todo, todavía le cantamos a Sarmiento.
Uf Susana, pobres chicos, que adultos les han tocado! Los que debemos educar somos los padres, pero los adultos no parecen estar en condiciones, el relajamiento es grosero. Lo ha descripto muy bien.
ResponderEliminarDefinitivamente los padres miran al sudeste.
Cariños!