viernes, 18 de febrero de 2011

Un pueblo respetable



Por Susana Dillon

En mi lejana infancia, mi padre, por razones de trabajo, fue trasladado a una localidad del sur santafesino que se desperezaba entre los maizales y que según sus pobladores tenía la posibilidad de ser ciudad porque había logrado reunir los tres personajes necesarios que la hacían respetable ante leyes y costumbres: su loco, su santo y su puta. Lo demás lo proveía la divina providencia y las lluvias en su momento.
De vez en cuando venía mi padrino a visitarnos, el tío Cholo que era político conservador y por lo tanto se interesaba por todo asunto sociológico relacionado con la evolución de las ideologías y las costumbres de sus posibles prosélitos. Mi tío se las sabía a todas y me las predicaba pacientemente y pese a mis escasos años.
El Cholo era divertido, afectuoso y mal hablado, como todo frecuentador de comité. Yo lo admiraba por su generosidad y su elocuencia, salpicada de palabras que una niña no debía repetir.
Cada vez que venía averiguaba cómo andaban las tres divinas personas que todos conocían, siguiendo las andanzas dignas de ser estudiadas.
El loco era un tal Pinotto, viejo borrachín que había quedado tildado de alguna vez que se subió a la troja de maíz para taparla con lona porque se venía una bruta tormenta -no va que cae un rayo justo allí y el pobre siguió anunciando y denunciando rayos toda su vida.
Cada vez que se asomaba una tormenta, el loco salía por las calles con los puños en alto, a los insultos contra el meteoro. La única que se dolía del viejo era la Tinda, la chica más linda del pueblo, según mi papá y sus amigos de los asados. La Tinda era modista, se hacía preciosos vestidos y en los bailes no se perdía pieza. Al compás de la música sacudía su melena pelirroja meneando sus caderas. A los tipos se les caía la baba. Las mujeres la criticaban, pero a ella  le importaba un rábano el qué dirán. También se cuchicheaba que lucía tantos vestidos porque los estrenaba hilvanados. Tenía tanto trabajo que nunca se terminaba los propios. Una vez, en el baile, le tiraron un nudo en la manga y quedó a medio vestir. Otra se hubiera muerto ahí nomás pero ella hizo como la Rita Haywort en "Gilda" , a la que se parecía mucho, según los tipos, revoleó la manga, zarandeó las caderas y se las tiró a los muchachos que se babeaban por ella.
Dicho gesto le dio mala prensa entre las féminas recatadas.
Yo la quería a rabiar -cuando sea grande seré como ella-. No bien lo dije, me metieron pupila con las monjas y así purgué el pecado de la carne sin conocerlo.
En cuanto al santo, la gente lo había elegido al Chono, que era seminarista, le faltaba poquito para cura. En las fiestas de enero, venía a visitar a sus padres y de paso lo ayudaba al párroco. Provocaba gran afluencia de público femenino al templo, y todas, todas, yo incluida, insistíamos en que nos confesara ese bomboón con sotana, que nos despertaba a la vida espiritual acudiendo como desahuciadas a cuanta novena se pusiera en marcha. El Chono de doña Luisa, una escoba vestida de negro, alta y rubia, la irlandesa lo había metido a cura porque ella había hecho promesa cuando se lo salvó de la difteria..., pero el Chono jugaba al tenis o les enseñaba a patear a los más chicos. Todos querían estar con él. Las chicas muertas por su saque. Pero Luisa vigilaba tremebunda. No era cosa que el chico le claudicara.
Aquella noche de mediados de enero, en que todos en el pueblo salieron a sacar las sillas a la vereda, pasó Pinotto insultando a la tormenta que se venía con piedra, rayos, truenos, centellas y cataratas. Alguien le fue a avisar a la Tinda que el loco estaba más sacado que nunca, pero no la encontraron. Pensaron que el Chono se estaría bañando luego de un furioso partido, llamaron iracundos y no lo encontraron tampoco.
Rugió la tempestad hasta que arrancó árboles, derrumbó tapiales y mató animales arrasando cosechas. A la mañana el desastre era completo. Pinotto estaba hecho un ovillo en el galpón de la estación ferroviaria mojado, tiritando y llamando a la Tinda que lo había abandonado.
La gente enloquecida no sólo por los perjuicios ocasionados por el meteoro que se había ensañado con el pueblo, había algo peor.
La Tinda y el santo no estaban por ninguna parte.
Doña Luisa decía cosas terribles, eso sí, en irlandés antiguo, cosa que planteaba terribles interrogantes, acompañados por gestos inusuales.
Mi tío vino del lado del ferrocarril y tiró la bomba. La pareja se fue en el tren de las 21 hs. Rumbo a Rosario, justo allá donde está la mafia, dijo en un ataque de ira ciudadana.- se tiró en la mecedora y se quedó sin la elocuencia que lo hacía mi héroe-mudez mortal.
Recién cuando mi viejo volvió del campo, mi tío lo increpó hasta con el dedo acusador: ¡mejor que cuiden al loco, que es el único personaje que vale algo en este pueblo de mierda!.
Y no me pregunten por doña Luisa, como era irlandesa, supongo que las hadas la convirtieron en bruja.

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