(No hay nada nuevo bajo este sol)
Por Susana Dillon
Esta especie de locura colectiva que anida en los fanáticos por el futbol actual, tiene una historia de 2.500 años y es americana y telúrica. Ya los mayas, pobladores de la América Central y buena parte de México, jugaban con una pelota maciza de hule o goma natural de 15 cm. de diámetro que la jugaban en unas canchas-santuarios donde los dos equipos debían acertar en un aro de piedra tallada, en posición vertical. Los dos equipos (no hay datos exactos de cuántos eran los contendientes) pero dadas las medidas ahí no cabrían más de 10 jugadores. La cancha tiene un piso de piedra prolijamente nivelada en forma de I, alrededor, está la gradería para el público tan ruidoso y camorrista como el actual.
Obedecían a un ajustado reglamento que era controlado por jueces severísimos situados en las gradas superiores que controlaban el juego mediante silbatos. El público era jugador de nacimiento, las apuestas consistían en el intercambio de lo que llevaban de valor: mantos de plumas, alhajas de jade, tocados de plumas, buena comida, esclavos y cuanta cosa se ofreciera. La pelota era sólida, no inflable, por eso los jugadores se protegían con caucho el abdomen, el bajo vientre y la cabeza. Llevaban guantes y las insignias de donde provenían. Podían marcar tantos con la cabeza, codos, rodillas, caderas y nalgas. No se jugaba ni con las manos ni con los pies.
El público hacía apuestas por sus cuadros, eran fatales de timberos. Se podían jugar joyas, atuendos, mantos plunarios, hasta taparrabos lo que provocaba duras rencillas hogareñas cuando el perdedor volvía a casa "en pelotas" y "con la frente marchita". El equipo ganador, según fuera el trato se podía llevar hasta las prenda del público.
Los grandes señores o jefes tenían sus propios equipos, juntándose una vez al año en magno campeonato que se realizaba en Chichén Itzá, lugar sagrado de la península de Yucatán, algo así como nuestro mundial, pero siempre en el mismo lugar, hoy centro turístico imperdible.
Esa era la fiesta de las fiestas a la que concurrían desde los cuatro puntos cardinales del país maya y todos los que tuvieran fama que defender se daban allí cita.
La cancha variaba de dimensiones según su importancia, la olímpica está en Chichén Itzá, es de 166 metros de largo por 28 metros de ancho. En un bajo relieve está retratada la escena en que "el favorito de los dioses" que era el ganador, ofrecía su cabeza en honor a los dioses a los que llevaba en su viaje al más allá, el mensaje de los asistentes. Una especie de embajador que se convertía en divinidad. (Pobrecito Maradona si hubiera nacido maya). Pero eso sí: por un año le tocaba vivir una existencia fastuosa y regalada, dándose todos los gustos de esta vida, con lo que quedaba el pensamiento de lo efímero de la vida humana. Fueron como se ve, grandes filósofos, aparte de extraordinarios matemáticos y astrónomos. Las reglas eran sagradas y los sacrificios necesarios para que el sol siguiera naciendo y el mundo siguiera andando. A esta muerte en sacrificio se le llamó muerte florida y quien tuviera en la familia algún sacrificado, era privilegiada.
Cada cambio de estación se festejaba de manera semejante, esto daba motivos para hacer visitas a los templos, jugar en las otra siete canchas menores, hacer sociales con amigos y parientes, y algo en lo que eran campeones: concertar negocios, hacer trueques, pues de todo había para intercambiar mediante algo muy valioso usado como moneda: los granos de cacao. Al "chocolatl" su gran invento solo lo podían beber los grandes jefes. Lo tomaban amargo y lo disolvían en agua caliente, además le agregaban picante. Lo servían en tazas de oro, y le hacían espuma con un batidor-molinillo.
Cuando llegaron los blancos, le cambiaron la receta, le agregaron leche y lo endulzaron con miel. Los churros los pusieron los madrileños y a los bombones los hicieron los franceses para jolgorio del sempiterno primer mundo. (Que se vino insinuando desde el descubrimiento de América). Todos los que llegaban a esta fiesta tenían lugares para bañarse y solazarse en los baños de vapor. Eran y son admirablemente limpios, para ello cada casita (que era una choza confortable) tenía y aún tiene una choza, para este fin en las ciudades usaron como griegos y romanos sus baños públicos. Allí se reunían los importantes hombres de negocios a darse sus baños y recibir masajes, en placentero remojo, tomarse alguna bebida fuerte, mascar goma ( ellos inventaron el chicle) hablaban de negocios, de política y del tema infaltable: los partidos de POK-A-TOK, como se le llamó a este juego, cuando se lo enseñaron a los aztecas, paso a llamarse TLACH-TLI. Otro juego que los tenía ocupados era una especie de ludo llamado PATOLI y allí era que perdían hasta el aliento en dramáticas partidas.
Como todos eran muy afectos a aquellos baños públicos también inventaron el jabón, era frotar con ramas y hojas de una planta llamada saponaria en la ropa y en el cuerpo, sumergiéndolas luego en agua.
Hay muchas ciudades templos distribuidas por toda Centro América y MÉXICO donde no faltan las dichosas canchas, en México, donde hay gente, hay ciudades que todavía tienen este juego. Los chicos gritan los goles en idioma Nahuatl. Porque conservan estas tradiciones. Tikal, Zaculev, Copan, Labná, Uxmal, Chichén Itzá, Palenque y cientos de otras son verdaderos centros turísticos donde se exhiben estos juegos aún hoy.
Son juegos primitivos, pero también actuales, motivo de reuniones, de mutuo conocimiento, de estrechar vínculos, de conocernos sobre todo en la búsqueda de eso tan atávico que es el juego, ya que la humanidad encuentra de este modo momentos de expansión y aún de delirio colectivo, donde los espectadores entran en la pérdida de la posesión de sí mismos, para ser un grito multitudinario lo que sucede al gol, explosión de alegría , de triunfo, de gloria que significa la superación, el tocar el cielo con la mano, sobre todo si lo ha marcado el gran favorito.
Este ritual, estos pasos a seguir hasta la culminación, era lo que tornaba genial a la jugada con sus trapisondas, sus gambetas, la cabriola graciosa que revelaba la inteligencia y el poder del jugador venturoso.
Y allí se revelaba la calidad del ídolo que seguía las difíciles reglas de la ceremonia-juego. La magia del instante supremo y aquí tiene razón Anatole France: "los hombres son más puntillosos en los juegos, que en cuestiones serias y poseen más honestidad en el tric-trc, donde el daño sería pasable y la pasaran por alto en batallas o en tratados donde sería gravosa"(La rotissere de la Reine Pedauque").
En aquellos tiempos en que las leyes del juego eran sagradas, la economía también tenía sus pautas: un conejo valía 5 granos de cacao, una calabaza 4, un esclavo 100, un turno con una mujer pública 10, pero siempre que fuera después del partido. Todos contribuían al sostenimiento de la clase dirigente y nadie se salvaba de tributar. En América precolombina, como en Roma: Pan y circo.
Hoy, nosotros, para obtener el triunfo, hemos instalado la violencia.
Mandamos barras bravas junto con nuestros mejores jóvenes en el mismo avión, ponemos en el mismo lugar a los que confiamos el triunfo con delincuentes a sueldo y mando de inescrupulosos se llamen Grondona o dueños de la FIFA; que toman a chacota reglas y normas, desconociendo y pisoteando todo lo que sea ético dentro del deporte.
Cooptar a los jugadores, ponerlos al mismo nivel que los delincuentes.
Resulta, ante el mundo que nos mira, un acto vergonzoso. Una exhibición obscena de poder que no se concibe sino como una afrenta al deporte. Así los devolvieron como se merecían a los que fueron a sembrar violencia. Argentina no debió ofrecer este espectáculo deplorable del triunfo a cualquier precio, esta "avivada" malparida no hace más que consagrar la prepotencia que se imprime desde los que quieren que el deporte más popular sea conducido por oscuros y nada políticos dueños de la pelota.