Por Susana Dillon
"No hay nada peor que la soledad de dos en compañía"
En la antigüedad, por tierras de Grecia se sabía ver, en algún apartado rincón o en algún camino transitado, a hombres de edad infinita sentados sobre sus piernas, acomodados sobre una columna o tarima alta, meditando o filosofando día y noche en esa misma posición. La gente que pasaba le daba de comer y beber, en tanto el seguía murmurando su discurso contra las peripecias de la vida y la sinrazón de la existencia. Se los llamaba estilistas, pero nada que ver con los modernos coifeurs, eso que te hacen peinados estrambóticos, para luego arrancarte la cabeza al cobrarte. No había muchos que imitaran su manera de vivir, por supuesto. ¿Quién querría acompañarlos en tanta incomodidad y a la intemperie?. Lo cierto era que se los respetaba porque hacían pensar, sobre todo en cómo les iba con la democracia recién descubierta.
Estos solitarios parecían estar enojados con la vida y se retiraban a su columna como una expiación, como un castigo.
Aquella sociedad que le marcó el rumbo a la humanidad por su sabiduría y extraordinario desarrollo, sin embargo no tenían en su vocabulario la palabra soledad, pero cuando alguien violaba las leyes o decía cosas contra los mandones, lo hacían beber cicuta , un veneno poderoso o de lo contrario lo condenaban al destierro, en alguna apartada isla. Fue el antecedente del exilio.
La llegada del cristianismo trajo otra forma voluntaria de pagar culpas: fueron los ermitaños los que se retiraban al desierto a vivir en una cueva a meditar y a rezar. Hubo santos que se flagelaron, ayunaron, hicieron terrible penitencia como San Antonio y Santa Rita, famosos por sus milagros y vida sacrificada. Pero ni en el cielo los dejan tranquilos porque son los encargados de buscarles novios a las chicas poco pizpiretas.
Los célibes son aquellos que no forman pareja, parece que el primer intento de matrimoniarse, fue tan desagradable la experiencia que no quisieron reincidir. Seguro que inventaron el refrán más vale solo que mal acompañado.
Los sacerdotes católicos son obligados a vivir en un celibato, pero hemos descubierto últimamente que no son tan fanáticos de esa regla tan dura... y aunque muy " camuflados" se tienen sus aventuras a las escondidas y hasta con mellizos en descendencia. Así que no tanto presumir de castigar el cuerpo porque como los hay, los hubo y bien cerquita.
Hay otra clase de célibes recalcitrantes que no solamente andan solos por el mundo, sino que odian a las mujeres. Se recuerdan algunos santos que de jóvenes disfrutaron abiertamente de compañías femeninas, pero vaya a saber por qué peregrina causa combatieron en su vejez a las mujeres sean cuales fueran sus defectos, pero tanto San Agustín, como San Ambrosio y San Pablo acuñaron la sentencia "mujer, puerta del infierno". A esos que renegaron de la creadora de sus días les llamaron misóginos.
Solitarios
A Robinson Crusoe, aquel náufrago que pudo llegar a una isla del sur chileno, le tocó estar solo a la fuerza varios años por eso no sabemos dónde ubicarlo en esta lista. Anduvo así, solita su alma sin tener discusiones con nadie, hasta que se encontró con un aborígen idem, lo bautizó Viernes y lo hizo su sirviente (cuando no). Cuando lo rescataron y fue devuelto a la civilización, el hombre no sabía qué hacer con tanta gente. De allí en adelante fue un desorientado. Tal vez haya filosofado: la cuestión no es estar solo, lo tremendo es vivir en soledad. Porque el que se acostumbra a hablar solo, causa alarma entre los cuerdos.
Existe la soledad de dos en compañía. Es cuando el matrimonio no se da bola por meses. Esto fomenta las relaciones paralelas que es una forma de practicar la geometría trazando toda clase de figuras, en especial el triángulo, eso sí no se estudia ningún teorema.
La globalización ya tiene harta a mucha gente por eso es muy moderno que el matrimonio tenga camas separadas, casas separadas, cuentas separadas, teléfonos celulares, autos para cada uno, como una salida a la tolerancia. Tanto se toleran que terminan buscan dormir en otra parte.
Ya se acabaron los tiempos en que los tipos eran absolutamente necesarios, fatalmente imprescindibles, sobre todo luego de ponerse de moda los juguetes sexuales. Así me lo aseguró una desprejuiciada vecina.
En la edad media, la lectura era grupal y en voz alta, nadie leía solo y en silencio, estaba mal visto como los que se masturban en público o frente al televisor en el programa de Tinelli o gran hermano.
Las cifras son aterradoras: para el 2015 se calcula que la unidad, en un 15% vivirán los solos y solas. Así se va perfilando en el primer mundo. Entonces será verdad lo que dijo Atahualpa "la soledad es la coquetería del alma". ¿Pero cómo será la cosa de coquetear sin competencia? O al menos sin el otro?
Europa bate récords de solitarios, pero también tienen el récord de suicidios. Es decir, cuando no le podés pasar la mufa a otro, te reventás a voso mismo y ¡Chau!
Antes aprendimos que el hombre era un ser gregario porque vivía en sociedad y que el trabajo curaba la soledad, por eso los solitarios tienen mascotas, se la pasan muy ocupados todo el tiempo limpiándoles la caca.
Los egoístas y mal llevados terminan quedándose solos, pero por lo general se buscan una amiga cama afuera. Los bohemios y los dandys viven en soledad porque los posibles candidatos no les aguantan los vicios.
Los hombres no pueden vivir solos, son muy raros los que se bastan a sí mismos y se limpian la pieza, por ese lado no tienen fanatismo.
Las mujeres solas se las arreglan mejor, sobre todo después de un matrimonio de cuarta. Las doñas independientes son autosuficientes, pero no tienen buena prensa; o le están buscando romances clandestinos, o las tratan de histéricas, neuróticas o de lesbianas, así les gusten a rabiar los morochos, atléticos y seductores.
Los hombres solos y autosuficientes, son una rareza zoológica (a no ser que militen entre los gays). El solterón es siempre un objetivo a hacer centro en el flechazo, termina trágicamente si se concreta la cacería.
La solterona repudiada, rechazada y burlada, pero si tiene una buena jubilación y no le da el viejazo, la pasa bomba. La peor de todas las soledades es la de estar solo en la multitud. Si te caes en medio de una manifestación enardecida, seguro perdés la vida, pero no los ideales, eso sí, los que te quieren, seguro que se van a llorar al campito.